Médico rural, clínico, partero, cirujano...ejerció su profesión en San Eduardo, una pequeña población rural del sur de Santa Fe, Argentina, durante más de 50 años atendiendo ininterrumpidamente a pacientes de toda condición social. Su integridad, su abnegación y desinterés por lo económico deben servir de ejemplo. Que sus actitudes para con sus pacientes y el prójimo sean una estela que siga latiendo silenciosamente.

domingo, 29 de julio de 2012

Relato de Federico Bertram sobre el día de su fallecimiento.

Dr. Octavio A. Batista. 

San Miguel de Tucumán 19.01.1909

San Eduardo +06.05.1991

 

"Hoy es el aniversario del fallecimiento del Nono, 06/05/1991, el Pa publicó una linda foto, calculo cuándo hubo una nevada en San Eduardo, aproximadamente año 1973. En el patio de casa, se ven en el fondo, las macetas que hoy todavía contienen hiedras que renovamos el sábado a la tarde. También las dos escaleras que siempre estaban ahí apoyadas, cerca del fondito y el lavadero. Me acuerdo de ese día, falté al colegio (cuarto año ya en el Sagrado). Creo que me despertó el Pa, a la madrugada, y me dijo lo que había pasado. Me parece que él lo estaba cuidando, en su pieza cuándo murió. Una semana antes había venido el Dr. Ricardo Braier, su amigo, a verlo y había dicho que estaba tranquilo, que no sufría. Me quedo la imagen, caminando despacito cuándo se iba por el saguán de adelante, como despidiéndose, y unos zapatos casi charolados que hacían "cric" a cada paso que daba. Claro, se había despedido de su amigo de tantos años. Años después también, escribirá una semblanza -gracias a que el Pa le pidió que lo haga-, que es una pieza exquisita que refleja tanto una alta emotividad como su buen gusto para la escritura. Y el día siguió, con la señora Molieker, que era quién se encargaba en el pueblo de los menesteres de sepelios y demás asuntos, llegando a casa. Armaron la sala velatoria en la sala de espera. Había una cruz grande, unos candelabros, casi diría de un gusto discutible, pero claro, era lo que tenían y lo que se acostumbraba. La gente empezó a venir, muchos, todo el tiempo. Creo que se había previsto que el velorio terminara a eso de las 5 o 6 de la tarde, por eso era un ir y venir constante; una romería. De toda esa gente, siempre me quedo grabado cuando vino Luis Pratelli, se paró delante del féretro y en voz alta y muy afectado dijo "se me fue mi amigo". Después será este hombre el que impulse junto con Tito Foressi (que  a ese tiempo ya era presidente de la Comuna) el tema del busto en la plaza. Y llegó, digo así, porque poco tiempo después de que lo inauguraron, don Pratelli también falleció. Y, cuando la tarde avanzaba, y todo se encaminaba a que había que ir a la Iglesia, no tengo idea como ocurrió, pero el féretro lo llevaron en andas, caminando desde casa a la Iglesia. Ahí no fueron Nico ni el Poli, tampoco la Nona que con su habitual reserva se había quedado adentro de la casa. Y en la Iglesia esperaban los tres curas que lo habían tratado y conocido, el padre Ruiz, el padre Tudor (que  estaba en Sancti Spiritu) ,y el padre Picciuolo, que había venido en el último tiempo a charlar con él en casa, porque era el cura de San Eduardo. También ahí fue muy emotivo todo, creo que habló Picciuolo, que siempre tenía los sermones escritos, un intelectual. El último acto fue ir al cementerio. Hasta allí también fue mucha gente acompañando, y se utilizó provisoriamente la tumba de la señorita Tissera. Que había sido una directora de la Escuela Fiscal que falleció joven, cuándo trabajaba con la Nona, y ellos -el Nono y la Nona-, se habían hecho cargo de todo porque la familia creo que no había dado señales de vida. Tengo la imagen de que hasta allí había ido la señora de Bridger, Nelo Chubelich, y que todavía dejaron un ramo de flores calculo armado por ella que se dedicaba a esas cosas de los jardines. Después, nada, es como que se borran las imágenes... si tengo la impresión de que durante muchos miércoles (que volvía a la tarde/tardecita de quedarme en el colegio para las clases de educación física) cuándo pasaba por la cocina, era una mirada rápida al sillón de mimbre, dónde siempre estaba el Nono, leyendo La Gaceta o algún otro diario... pero ya no estaba. Epilogo, también con algunas notas de que su ausencia en algún modo nos permitieron cosas que antes no se podían... Unos domingos más tarde, en los que comíamos todos con la Nona, ella dijo, hoy encargamos comida de Juan Pierani... milanesas con papas fritas... En fin, gracias a Dios uno conserva todos estos recuerdos... de un 6 de mayo de 1991."







No hay comentarios:

Publicar un comentario