Breves consideraciones sobre el
Dr. Octavio Arturo Batista
(19.01.1909 + 06.05.1991)
Dr. Octavio Arturo Batista
(19.01.1909 + 06.05.1991)
OCTAVIO ARTURO BATISTA nació el 19 de enero de 1909 en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Fue el segundo hijo de doña Mercedes Cisneros y Francisco Wenceslao Batista, quienes ya tenían a su hermana mayor y vendrá también su hermana menor Malvina. Su madre era la segunda esposa de don Francisco, quien de un matrimonio anterior ya tenía otros hijos.
Su primera educación fue en un colegio católico de San Miguel de Tucumán, al cual concurrirá durante varios años, para posteriormente terminar de cursar sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Tucumán. Siempre recordó la rigurosidad de los estudios durante su paso por el colegio católico y la excelencia de sus profesores, tanto es así que quien era el Rector del colegio, solía recordar, podía asumir cualquier clase de un profesor que no asistiese ese día, y con solo mirar el libro de temas, comenzaba las explicaciones, casi siempre con mejores resultados que el mismo profesor que dictaba la asignatura.
La circunstancia del cambio de colegio, ocurrió así porque la familia Batista acarreaba diversos problemas económicos, y, en un momento dado, no pudieron asumir el costo de un colegio privado. Siempre recordaba que en esos años su único juguete era un palo de escoba con el cual hacía una especie de “caballito”.
Su padre pertenecía a la facción del Partido Radical de aquella época (años 20 aproximadamente), que se denominaba “alvearista”, corriente que como la historia lo demuestra, por mucho tiempo resultó derrotada o sojuzgada por la otra facción denominada “personalista “ o “yrigoyenista”. Decididamente la participación de don Francisco Wenceslao Batista dentro de la política y del lado no ganador fue una de las razones que socavó el bienestar económico de la familia de esos tiempos.
De todas maneras ninguna de esas dificultades hizo mella en él y su vocación por el estudio nunca declinó. El fin de sus estudios secundarios no significó por otra parte su paso inmediato a la Universidad, sino que dado que los problemas económicos persistían, debió trabajar por el término de un año y medio aproximadamente para ahorrar el suficiente dinero que le permitiría trasladarse hasta una Universidad para comenzar la ansiada carrera de Medicina.
El trabajo que consigue es gracias a la ayuda de uno de sus hermanastros, Manuel, empleado de Ferrocarril, que lo coloca para realizar diversas tareas en el Ferrocarril que iba de la ciudad de Santiago del Estero a la localidad de Añatuya.
Debe aclararse que en la ciudad de Tucumán no se dictaba la carrera de Medicina, por lo que la Universidad más cercana era la de la ciudad de Córdoba. Pero una vez que tuvo los ahorros suficientes como para comenzar el primer año, debió trasladarse a la ciudad de Rosario, donde funcionaba la Universidad Nacional del Litoral y en la que obtendría finalmente su ansiado título.
No pudo estudiar en la ciudad de Córdoba, porque aparentemente en la Facultad de Medicina había ocurrido un hecho de sangre. Un profesor había sido muerto por un alumno debido a problemas sentimentales, o quizá mejor dicho, sentimientos comunes a una misma mujer. Eso significó que el año en que se disponía a comenzar sus estudios, la Facultad no abriese la inscripción, y esa fue la razón por la que terminó radicándose en la ciudad de Rosario. Transcurrían los años 1928 / 1929.
Varios de sus compañeros de secundaria concurrieron con el a Rosario, también para estudiar Medicina. Pertenecían a familias tradicionales de Tucumán, y comentaba que los llamaban en el ambiente universitario los “ABC”, por las iniciales de sus apellidos: Araoz, Batista y Colombres.
Durante su estadía en Rosario vivió en una pensión ubicada en Vera Mujica 974, donde actualmente queda una casa de pasillo. Generalmente sus relatos sobre esos tiempos tenían como eje, más allá del estudio en sí, destacar la personalidad de su cuñado, de apellido Robinson, casado con su hermana mayor, quién siendo empleado del Banco de Londres en la ciudad de Tucumán, sistemáticamente le enviaba todos los meses la suma de 60 pesos, en un giro, con el que se sustentaba.
A medida que concluía su carrera de Medicina, su familia en Tucumán comenzaba a pensar en el futuro que le aguardaba al joven profesional, y prepararon en la calle Córdoba 128 un consultorio para él.
Pero termina sus estudios en 1935, previo haber sido Residente en el Hospital Carrasco de la ciudad de Rosario, y decide no regresar a su ciudad natal.
El destino, las circunstancias, o vaya a saber que razón lo llevaron a la localidad de SAN EDUARDO ese mismo año, que no era tan pequeña como la conocemos actualmente. Allí permanecerá por el resto de su vida.
Ya entonces definía su personalidad de grandes convicciones, que aún en ese momento de su vida en que la familia le planteaba una existencia más placentera o menos problemática, eligió el camino más escabroso. El camino de lo poco conocido, donde quizá supuso más hacía falta, y un lugar que había mucho por hacer.
A San Eduardo llega junto con el Sr. Hector Vargas, una persona de Venado Tuerto quien lo lleva hasta la casa donde vivió luego todos esos años, que en ese momento era de Casín Alí, y a quien alquilaba. Parece que fue muy emocionante el momento que la persona que lo llevó retorna a Venado Tuerto y lo deja saludando en la puerta de este nuevo lugar en su vida.
En esa casa vivirá toda su vida y en ella instaló su consultorio y sala de espera. Primigeniamente había sido el Hotel Italia, y en la misma casa se habían instalado anteriormente dos médicos que no permanecieron allí mucho tiempo.
Allí comenzará una labor de médico clínico, cirujano, partero, que se prolongó durante 55 años. Hoy la familia conserva el consultorio y la sala de espera, con el mobiliario que había adquirido en esos años, el instrumental, biblioteca, camillas, muestras de remedios, balanzas, escritorio, etc. a modo de museo.
La zona agrícola/ganadera en que se instala, en esas épocas, presenta un gran conflicto social en ciernes. Había gran cantidad de habitantes para esos años de un distrito como San Eduardo, muchos de ellos vivían en el campo, eran chacareros, arrendatarios, medieros, etc. Es decir no eran los dueños de la tierra, y por ende, las grandes extensiones pertenecían a grandes terratenientes que habitualmente no eran quienes mejor trataban al colono.
Esa será siempre otra de las constantes en todos sus relatos. Es decir, las condiciones miserables y paupérrimas en que trabajaban y vivían los chacareros, y la poca honorabilidad de aquellos terratenientes o pseudo empresarios de la época con la que los trataban. Los relatos sobre las injusticias que hubo siempre estaban en sus comentarios. Claro, él era un testigo de lujo de toda esa situación, era un testigo que podía comprender mas allá lo que estaba sucediendo, y era también, siempre lo fue, un actor que defendía y ayudaba a la parte más débil de la ecuación.
Comenzará entonces su actuación como MEDICO RURAL, como MEDICO DE FAMILIA, como MEDICO CLINICO, siempre dispuesto a sacar del apuro a todo aquel que lo necesitara. En 55 años de médico se extienden como hacia el infinito los pacientes que tuvo. El no tenía feriados. Atendía las 24 horas e iba hasta donde lo necesitaran. Al principio viajaba en sulqui, con viento, lluvia o calor no dudaba en llegar a los lugares más recónditos para ayudar a sus pacientes. Al necesitado no sólo de su asistencia como profesional, sino también a veces de una palabra de aliento o de la palabra tranquilizadora que podía actuar muchas veces como el mejor medicamento. Fueron tantos los años que atendió que muchas generaciones lo tuvieron como medico de la familia. Salvó hijos, padres, madres exaltando siempre sus cualidades humanas por sobre todo.
En su consultorio disponía de todos los elementos necesarios para cualquier tipo de emergencia, desde un parto hasta una quebradura. Aunque se caracterizó por ser un excelente MEDICO CLINICO y sabía exactamente cuando era necesario derivar su paciente a los centros de mayor atención de Venado Tuerto.
También fue MEDICO DE POLICIA durante casi toda la vida. Casi siempre “ad honorem”. Aunque, en las épocas en que fue perseguido, como se verá, también fue “dado de baja”. Pero siempre volvió, quizá con rencores porque al fin fue un ser humano muy crítico de las injusticias, pero volvía porque sabía que lo necesitaban.
Era muy difícil pagar por sus servicios, especialmente cuando el paciente, por su pobreza, no podía costearse esa atención. Pero aún a los que sí podían les resultaba difícil, y era muy moderado en lo que les cobraba. Y sobran las anécdotas. Un viajante que quizá nunca más pasaría por San Eduardo y que fue atendido de una dolencia, cuando quiso pagar, Batista simplemente le respondió que la próxima vez que pasara arreglarían. A los más humildes cuando le preguntaban cuánto le debían, les preguntaba si tenían para pagarle. Como le contestaban que no mucho pero algo sí, el los despachaba diciéndoles que dejaran, que algún rico ya iba a pagar por ellos. Pero a los ricos tampoco les cobraba lo que aparentemente correspondía. Existe correspondencia de una familia inglesa de una importante estancia, acompañando un cheque considerado suficiente para pagar los honorarios del Doctor por todas las atenciones recibidas, lo que da cuenta o que no cobró la cuenta o que la suma peticionada por el fue muy exigua. Sobre este tema era común que sus pacientes le llevaran pollos, pavos, huevos, corderos, verdura, fruta y cuánto fruto del país hubiera. A veces era tanto que a su vez los regalaba a los más pobres que venían a atenderse.
Su interés no era ni fue nunca económico. Su interés pasaba por otro lado. En esta época tan comercial y mundana, un ejemplo como el que nos dio, no debería ser dejado de lado. Fue un ejemplo de vida, un ejemplo de coherencia y un ejemplo de dignidad.
Sus inquietudes sociales lo llevaron a tratar de que de alguna manera mejoraran las condiciones en las que la gente humilde vivía y se desarrollaba. Uno de los frutos de ese empeño fue el CENTRO DE SALUD DE SAN EDUARDO, que se inauguró en el año 1954. De ese centro de salud fue Director por muchos años, en forma rentada y no rentada.
También trató siempre de mejorar las situaciones de injusticia desde el ámbito de la política. Es así que las nuevas ideas del General Perón entraron en sus pensamientos, y fue uno de los primeros adherentes al nuevo movimiento de la zona, y el afiliado número 1 de la localidad. Su incursión en la política hace que llegue a ser Presidente Comunal de San Eduardo por dos períodos. Esto le traerá muchos inconvenientes, y no solo en aquellos años agitados del peronismo de la primera hora, sino también hasta sus últimos años con el retorno de la democracia.
En el año 1955, habiendo caído el gobierno justicialista, por intermedio de un Decreto de la intervención de la Provincia , fue cesanteado en su puesto de Director del Centro Asistencial, pero dado que nadie vino en su lugar, permaneció allí durante muchos años atendiendo sin cobrar ningún estipendio. Luego de varios años le ofrecieron compensarle los años trabajados que no le habían pagado, pero con mucha dignidad de su parte rechazó tal ofrecimiento.
Tuvo un modo y estilo de vida humilde, modesto, activo, dispuesto permanentemente a atender a sus pacientes a cualquier hora y circunstancia. Si tenía por alguna razón viajar a Venado Tuerto, colocaba un cartelito que decía “enseguida vuelvo”. Ha pasado muchísimas noches en vela esperando el nacimiento de algún niño, en hogares muy humildes que lo mantenían despierto cebándole mate.
El 3 de febrero de 1940 contrajo matrimonio con Adela Riva, maestra oriunda de Melincué que había llegado a San Eduardo para trabajar en la Escuela Fiscal 695. El 6 de diciembre de 1949 nace su única hija Mercedes Margarita.
Su madre algunos años viajó para visitarlo en San Eduardo, con su hermana Malvina. Los viajes se realizaban en tren de Tucumán a Rosario y de Rosario a San Eduardo, en el “Estrella del Norte”. Malvina, durante más de cincuenta años, se ocupó de enviarle por correo “La Gaceta de Tucumán”, que de alguna manera lo mantuvo conectado con su tierra natal.
Los años fueron pasando y también aumentó la cantidad de pacientes y gente que lo conoció y que recibió de sus atenciones. Es curioso como ha dejado marcas en las personas a las cuales atendió, aunque sea de mínimas dolencias, porque en todos ellos dejó recuerdos y anécdotas que aún hoy tienen para contar.
Sus últimos años transcurrieron con alegrías (su hija se casó y tuvo tres nietos varones que se criaron en su entorno) y también con dificultades. Una de ellas, quizá la que más lo marcó, fue su cesantía en el cargo de Director del Centro de Asistencia, lo que se debió a tramitaciones varias que fueron gestionadas por personas de pareceres políticos diferentes (año 1985) y que no supieron ver a quien tenían por delante. Sin embargo ese trago amargo no lo amilanó para que siguiera desarrollando su actividad como médico y fundamentalmente su tarea de acompañamiento a sus fieles pacientes.
Los últimos acontecimientos de su vida también dejaron su impronta, la impronta de la entereza y de su capacidad para evaluar las situaciones médicas, aunque en éste caso con la tristeza de haber sido el su propio paciente. Quizá la situación más difícil para un médico.
Así, el 6 de mayo de 1991 Octavio Arturo Batista se fue, pero dejando un bagaje de recuerdos, anécdotas, enseñanzas, en síntesis, un estilo de vida digno de imitar, no sólo para los colegas médicos, sino para todos aquellos que tienen alguna profesión o trabajo. Dejó un modelo a seguir. Un modelo de fortaleza, humildad, solidaridad, entereza y coherencia.
Venado Tuerto, noviembre 2005.
Federico G.Bertram
Agosto 2003.
Estará en mi recuerdo toda la vida aunque cuando estuve en San Eduardo fue por poco tiempo y era muy chica, me impactaba sus sencillez, habida cuenta de que en esos tiempos
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